lunes, 25 de marzo de 2019

cine Historico



<
El acorazado Potemkin (Sergei E. Eisenstein, 1925)



Por José María Caparrós (Catedrático emérito de Historia Contemporánea y Cine de la Universidad de Barcelona y Fundador del Centre d'Investigacions Film-HistòriaBlog personal). Crítica publicada en ABCD las Artes y las Letras, 26/VI/2005.

En 1925, para conmemorar el motín del Acorazado Potemkin (1905), Eisenstein realizó su obra homónima, película de películas y un glorioso monumento a la creación humanística. Siempre es bueno recordar a este titán del cine, autor de unas imágenes tan portentosas que trascendieron la mera historia y se convirtieron en leyenda.
En cinco actos, esta mítica película –la mejor de la Historia del Cine, según la famosa “lista” de Bruselas de 1958, confirmada en 1990– retrata los acontecimientos que se desarrollaron en Odessa del 12 al 17 de junio de 1905. Obra maestra de Serguéi Mijáilovich Eisenstein, que se realizó en 1925 por encargo del PCUS (el cine había sido nacionalizado por Lenin en 1919), para conmemorar el 20 aniversario de la pre-Revolución rusa, centrándose en el motín del acorazado Potemkin. Sublevación que sería reprimida por la flota zarista, ejecutando a parte de la tripulación insurrecta y desguazando el célebre acorazado (este final es ocultado en el filme, con fines netamente propagandísticos, al tiempo que los autores idealizan el hecho revolucionario).
NUEVA ESTÉTICA.- Es evidente que la cinta posee una enorme carga subversiva y una gran fuerza sentimental de cara al espectador de su tiempo. Por eso, diversos gobiernos la incluyeron entre el material rechazable del “terror rojo”. Pero hoy, la anécdota resulta un tanto pueril y la propaganda política poco menos que una caricatura: gesticulación de los personajes, planteamiento simplista de las situaciones… Sin embargo, sigue convenciendo bajo el prisma meramente artístico. Su estética novedosa –en su tiempo y yo diría que hasta ahora– no ha sido superada por el arte de las imágenes. En El acorazado Potemkin aparece el famoso “montaje de atracciones”, alfa y omega del cine soviético y la dialéctica de la imagen (en este caso, materialista), que sería heredada por los directores marxistas a lo largo de la historia. 
Surge también aquí el héroe colectivo, la tipificación de los personajes, la inserción del arte futurista y del cubismo en la composición de las escenas y los encuadres, actores desconocidos, escenarios reales..., junto a ese tono de epopeya popular, de canto épico, a modo de ópera revolucionaria (especialmente, en la versión sonorizada en 1950). Todo ello, pues, adquiere un carácter lírico emocionante, subrayado por un ritmo dinámico que provoca el entusiasmo –no tanto ideológico como artístico– del espectador cultivado.
LECCIÓN.- El ejemplo más claro lo tenemos en la antológica secuencia de la represión en las escalinatas de Odessa –culminación dramática de esta imperecedera película–, la cual es una lección fílmica y cuyo montaje todavía se estudia en las escuelas de cine de todo el mundo. Son 6 minutos y 165 planos. De ahí que escribiera John Kobal: "Ritmo, movimiento y repetición se convirtieron en elementos fundamentales del método Eisenstein durante el rodaje de El acorazado Potemkin. Al discutir la famosa secuencia de las escalinatas de Odessa, dijo: “El movimiento caótico (de una masa), dentro del movimiento rítmico (de los soldados). Un aspecto del ritmo del movimiento (el agolpamiento de la gente), dentro de la siguiente escena del mismo tema del ritmo del movimiento (el cochecito rodando). Movimiento hacia abajo dentro del movimiento hacia arriba”. Cuando Brian De Palma –concluye este crítico norteamericano– estaba rodando Los intocables de Eliot Ness en 1986 y necesitó una secuencia de terror y suspense, copió la famosa escena del cochecito de El acorazado Potemkin, y la situó casi intacta en su propia película". 
No obstante, la magistral obra de Eisenstein no sería rigurosa con la Historia. El especialista Marc Ferro ha mostrado la enorme influencia del contexto en que fue realizada, destacando su gran valor testimonial. Pero aún hay más: el británico D. J. Wenden dedicaría un libro a explicar la verdad histórica de la Revolución de 1905, que la cinta obviamente manipula. Con todo, el filme soviético vencería a todos los historiadores; pues el relato fílmico estaba tan impreso en el imaginario colectivo que el público se creyó la leyenda.
Asimismo, la represión que evoca la secuencia de las escalinatas de Odessa nunca existió como tal. El propio S. M. Eisenstein reconoció que hizo una sinécdoque (las partes por el todo). Una vez más se constata la importancia del Séptimo Arte no sólo como medio didáctico, sino como fuente y agente de la Historia Contemporánea. 
Aun así, El acorazado Potemkin ha sido un filme “maldito”. No estrenado oficialmente en España hasta 1977, su exhibición fue prohibida por las dos dictaduras existentes entre 1923-1930 y 1939-1975. Incluso durante la II República, sólo se autorizó su estreno en la Guerra Civil; aunque la película de Eisenstein se había presentado en sesiones privadas de diversos cine-clubs, a través de la distribuidora Film Popular, que pertenecía al Partido Comunista (luego productora del PCE y bajo la égida del PSUC, en Barcelona). 
AVATARES.- Por otra parte, en noviembre de 1936, muchos cines de barrio de Madrid proyectaban esta cinta, entonces autorizada por el gobierno del Frente Popular. "Las historias nacionalistas –escribió el hispanista Roger Mortimore– han insinuado que fue responsable del asesinato del 70 por ciento de los oficiales navales españoles en manos de la tripulación al comenzar la guerra; en realidad eso se debió a las órdenes telegráficas que dio el ministro de Marina, José María Giral". Y citando al historiador Carlos Fernández Cuenca, añade: "Las tripulaciones degradaron a los oficiales que, al alinearse con Franco, habían roto su juramento a la República, entregaron el mando al jefe de máquinas y ordenaron la distribución de las armas". Esos avatares dieron una fama insospechada al filme de Serguéi Mijáilovich Eisenstein, hoy un clásico de la cinematografía mundial.
Napoleón (A. Gance, 1927)



Por Francesc Marí i Company (Licenciado en Historia Contemporánea y Máster en Estudios Históricos por la Universidad de Barcelona. Secretario de Redacción de la revista FILMHISTORIA Online).

Napoléon de Abel Gance es, con total seguridad, la mejor película que se ha hecho hasta día de hoy sobre el general francés, pudiéndola a clasificar como obra de arte. En un principio, Abel Gance proyectó llevar al cine la vida entera de Napoleón, en seis capítulos, desde que era un cadete en la escuela militar de Briennes hasta su solitaria muerte en Santa Elena, pero debido a la envergadura de un proyecto como éste, tuvo que conformarse con los primeros años del joven general y la más famosa de sus batallas, Austerlitz, en el film homónimo sobre la batalla realizado en 1960. Esta envergadura de la que hablamos se ve en el metraje del film de 1927, ya que el reseñado es de 225 minutos, mientras que el original rondaba los 330 minutos. Frente a esto, y debido a que este primer episodio del imposible biopic, que tan solo cuenta las desventuras del militar corso hasta su entrada en Italia, ya rondaba las seis horas y los 18 millones de francos de la época, era -y sigue siendo- inimaginable llevar a cabo el rodaje de la vida entera de esta gran figura. A pesar de la extrema extensión de esta película, en Estados Unidos se proyectó una versión de tan solo 72 minutos, lo equivalente a una quinta parte del metraje original.
Por tanto, debido al esfuerzo humano y económico que hubiera supuesto seguir con el proyecto, Abel Gance tuvo que dejar inconclusa su obra maestra. Pero aun así, esta gran película sigue siendo un referente tanto fílmico como historiográfico. A pesar de ser una obra titánica, su autor y otros cineastas y seguidores de Gance realizaron nuevas versiones, basándose en el metraje original, añadiendo escenas, unas músicas u otras, incluso voces, etc., llegando a producirse diecinueve versiones de este film.
Como ya he avanzado en párrafos anteriores el argumento de la película gira entorno a los primeros años de la vida de Napoleón Bonaparte, desde que es un joven brillante -a la par que conflictivo- en la escuela militar de Briennes-le-Château, hasta la entrada a Italia, ya como general, pasando por distintos episodios de su vida -y la de muchos otros franceses- como la Revolución y el Terror. Para ser sinceros ,la primera parte del film -exceptuando las secuencias iniciales sobre la infancia del corso en Briennes- tratan más sobre la Revolución Francesa que del propio Napoleón, aunque se utiliza a éste como hilo conductor.
En esta primera parte vemos a un joven Bonaparte demostrando sus cualidades como estratega en una magnífica batalla de nieve, pero también vemos como, debido a su origen no francés, es marginado por los demás alumnos y algunos profesores. Una vez licenciado como oficial de artillería, y siendo pobre, regresa a Córcega para liberar a sus país natal de los pro-italianos y pro-británicos; pero una vez allí es perseguido y debe marcharse. Y es a partir de este momento cuando Napoleón deja de ser corso para ser francés. Mientras tanto, en Francia y, sobre todo, en París la Revolución de 1789 se establece con fuerza, dirigida por los llamados en la película, los tres dioses, Robespierre -el político insobornable-, Danton -la voz del pueblo- y Marat -el puño de acero-, que van estructurando la nueva República. No obstante, como en épocas posteriores se ha dicho, el poder corrompe, y la Revolución se torna violenta, y lo que en principio daba libertades al pueblo ahora se las quita. Los primeros en perder la cabeza son los reyes Luis XVI y María Antonieta, pero poco después el temido Comité de Salud Pública encuentra enemigos y traidores en todo el mundo, incluso entre ellos; y Danton es llevado a la guillotina por Robespierre y Saint-Just -interpertado por el mismo Abel Gance.

Abel Gance caracterizado como Louis Saint-Just.

En una magnífica escena en que se yuxtaponen los gestos de Napoleón en una pequeña barca azotada por un temporal, entre Córcega y Francia, y la tormenta humana en la Convención, se simboliza el futuro lideraje y salvación que supondrá el joven corso para el pueblo francés. Poco después de llegar es detenido por su presunta relación con Robespierre -en la realidad con el hermano de éste-, pero al cabo de unas semanas es liberado. Cuando Francia sale del Terror, se le ofrece ser el segundo al mando de la artillería en Toulon -en el Sur de Francia-, donde la Revolución sufre ataques por el enclave portuario que tiene Inglaterra en esa zona de la costa. Es allí donde Napoleón logrará la primera de sus victorias, reduciendo al enemigo inglés a escombros.
La segunda parte del film -ya después de la intermission-, relata como a pesar de su éxito en Toulon, Napoleón vive en la pobreza, ya que no le quieren otorgar ningún mando. Hasta que el Directorio de Barras se ve amenazado por los contra-revolucionarios monárquicos el 5 de octubre de 1795, es entonces cuando Napoleón asole el rango de héroe de Francia, salvando a la Revolución con una magnífica utilización de la artillería en las Tullerías de París, consiguiendo que lo nombren general al mando de los ejércitos de Italia. Poco antes de partir hacia el que sería su primer gran éxito, se casa con Josefina de Beauharnais.
En el montaje de la campaña de Italia, capítulo final del film, es cuando Gance utilizará el primer precedente del Cinerama y el Cinemascope, la Polyvision, en que se combinan tres pantallas paralelas de imágenes en acciones simultáneas.

Estos son dos ejemplos de la aplicación de la Polyvision en Napoléon vu par Abel Gance.

Siguiendo el análisis de las innovaciones técnicas que el maestro galo utilizó en este film, el profesor José María Caparrós Lera nos comenta que "las innovaciones técnicas y de lenguaje -cámara subjetiva, travellings aéreos- abrieron nuevas posibilidades al arte cinematográfico mundial" (Caparrós Lera, José María [2004]: 100 películas sobre Historia Contemporánea, pág. 48).
Dejando ya de lado las muchas novedades que Gance incluyó en este film, pasaremos a ver su valor histórico; es decir, analizaremos si podemos utilizar esta cinta como una herramienta de la ciencia histórica. El valor histórico de esta obra es relativo, ya que el autor se permite muchas concesiones, porque la intención del film no era recrear la vida de Napoleón al pie de la letra, sino representar la vida de éste con el objetivo de generar, en el espectador del siglo XX, un sentimiento patriótico, y lo hace mediante escenas barrocas y con elementos psicológicos, como la superposición de imágenes, como el águila, el mundo, la cara de Napoleón, la bandera francesa, la imagen de la Marsellesa, etc. Todos ellos elementos falsos, pero poéticos y con un marcado sentimiento nacionalista, al igual que la escena de la huida de Bonaparte de Córcega hacia Francia a bordo de un pequeño bote que tiene por vela una inmensa bandera francesa, o las visiones que tiene Napoleón en la Convención antes de partir hacia Italia,  en que ve a los padres de la República -Danton, Marat, Robespierre, Saint-Just y Couthon- que dejan en sus manos el futuro del pueblo francés. Pero por todo ello esta cinta no debe ser menospreciada, ya que como film histórico, no tan solo es una representación del tiempo que retrata, sino, también, una representación del tiempo en la que fue realizada.

Los personajes de Saint-Just, Robespierre, Danton, Marat y Couthon, en una de las visiones que tiene Napoleón antes de partir hacia Italia.

Todo el sentimiento, todas las innovaciones y todo el valor histórico de este film se perderían si la interpretación -sobre todo la del personaje principal- fuera superficial. Pero al contrario, a pesar de ser un film mudo, en que los actores tendían a sobreactuar para expresar los sentimientos, los gestos y las formas de moverse son reales y perfectos, en especial los del actor que interpreta a Napoleón, Albert Dieudonné, que destaca por encima de los demás actores realizando una interpretación redonda y apabullante. Además de la excelente interpretación, cabe destacar el sorprendente parecido físico de los actores con sus personajes, porque, por ejemplo, los actores que interpretan a Danton, Marat y al propio Napoleón son extraordinariamente parecidos a los retratos y cuadros que se conservan de dichos personajes.
Esta cinta, olvidada y menospreciada durante décadas, debido a muchas de sus versiones que ayudaron más a destruirla que a alzarla de nuevo en la gloria, debe, sobre todo, su restitución como obra de arte a la tarea de Francis Ford Coppola y Kevin Brownlow, ya que fue por esta versión, tal como dice el historiador del cine Sergio Alegre, "por la que la película de Gance, excepcional y adelantada a su tiempo, ha sido redescubierta por la mayoría de los cinéfilos e incluso por el público en general, cumpliéndose así la afirmación profética de Gance en 1927: “Una gran película es como un puente de sueños tendido desde una época hasta otra (Alegre, Sergio [1990]: "Napoleón en primer plano", Extra núm. 58, Historia y vida, pág. 85).
Napoleon vu par Abel Gance es, además de una gran película, una magnífica forma de acercarse a los primeros años del personaje, en muchas ocasiones, olvidados en favor de los años del Imperio, que hicieron de Napoleón una figura famosa, temida y amada.


Ficha técnico-artística
Título original: Napoléon vu par Abel Gance. Producción: Société General des Films – Les Films Historiques – Westi (Francia, 1927). Productor: Abel Gance; Robert A. Harris (1981). Director: Abel Gance. Guión: Abel Gance. Fotografía: Léonce-Henri Burel, Jules Kruger, Nikolai Toporkoff, Jean-Paul Mundwiller. Música: Arthur Honegger; Carmine Coppola (1981). Montaje:Abel Gance.

Intérpretes: Albert Dieudonné (Napoléon Bonaparte), Vladimir Roudenko (Napoléon Bonaparte enfant), Edmond Van Daële (Maximilien Robespierre), Alexandre Koubitzky (Danton), Antonin Artaud (Marat), Abel Gance (Louis Saint-Just), François Viguier (Couthon), Gina Manès (Joséphine de Beauharnais), Max Maxudian (Barras), Louis Sance (Louis XVI), Suzanne Bianchetti (Marie-Antoinette), Nicolas Koline (Tristan Fleuri).

Blanco y negro – 225 minutos – Estreno en Francia: 7-IV-1927.
El gran dictador (C. Chaplin, 1940)



Por José María Caparrós (Catedrático emérito de Historia Contemporánea y Cine de la Universidad de Barcelona y Director del Centre d'Investigacions Film-HistòriaBlog personal). Texto de Caparrós, J. M. (2004). Cien películas sobre Historia Contemporánea. Madrid: Alianza Editoral, pp. 368-373.

Guerra de 1914. Un barbero judío –soldado alemán– que prueba el célebre cañón Bertha, saldrá gravemente herido de una batalla tras salvar a un aviador. Muchos años después, marchará del hospital, curado pero amnésico.
El dictador Hynkel, que ha alcanzado el poder en Tomania, enardece con sus mítines al país. Y sus tropas asolan y saquen el barrio hebreo donde el barbero tiene su local. Otro dictador, Napoloni, visita Tomania para entrevistarse con Hynkel. Los judíos aterrorizados, abandonarán el gueto.
El humilde barbero, que ha sido salvado de la muerte por Schultz –el antiguo aviador al que ayudó durante la Primera Guerra Mundial–, es confundido con el dictador Hynkel y llevado al estrado oficial, tras la invasión de Checoslovaquia. Allí, ante la consternación de todos, no pronunciará un discurso nazi, sino que hará una apelación a los hombres, en demanda de la libertad y la paz, diciendo al final a su amada: “¡Mira, Hannah! Las nubes se desvanecen. El sol se abre camino. Salimos de las tinieblas a la luz. Salimos a un mundo nuevo, donde los hombres se alzarán sobre sus apetitos, sus odios y su brutalidad. ¡Mira, Hannah! El alma del hombre tiene alas y por fin comienza a volar. Vuela en el arco iris hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro glorioso que te pertenece a ti, a mí, a todos nosotros”.

Valoración crítica
El gran dictador es una auténtica obra de arte. Con una estética muy depurada, muy próxima al cine “mudo”, sus reconstrucciones históricas –como ese frente de la Gran Guerra en la primera secuencia del film– son extraordinarias. Y luego, en la Alemania nazi, los decorados y la ambientación son perfectas. La poesía está ensamblada con la sátira, el buen gusto con la denuncia cruel, el romanticismo con el fanatismo político y el lirismo con la caricatura. Recuérdese, si no, cuando Hynkel baila con un globo terráqueo –como el famoso que tenía Hitler– y, finalmente, le explota en la cara; o la escena de la peluquería, cuando el barbero recuerda su oficio y afeita a un cliente acompasado con la Danza húngara de Brahms. Chaplin demostró que era un gran artista; el artista, por excelencia. (Para una breve valoración de este genio del Séptimo Arte, cfr. Caparrós Lera, J. M. 100 grandes directores de cine. Madrid: Alianza, 1984, pp. 72-78).
Charles Chaplin interpreta aquí dos papeles: el Charlot de siempre, que es el judío perseguido, el eterno vagabundo y filósofo, ahora barbero amnésico desde la guerra del 14; y el Hynkel (nombre que da al Führer), de quien hace una inmejorable interpretación, la cual ha cobrado valor con el tiempo (el rostro de Chaplin-Hitler ya es historia), junto a esa imitación de los discursos, gestos y ataques. Está francamente magistral.
Asimismo, crea un espléndido Benito Mussolini (encarnado por el actor Jack Oakie), con esa impresionante llegada a Berlín, entrevista de los dos dictadores e ingeniosa firma del Tratado, dentro de la mejor tradición del género burlesco de Hollywood. Chaplin nunca dejó de hacer cine cómico, de divertir al público a la vez que le obligaba a pensar.
Con todo, El gran dictador dividió a los críticos de la época. Así lo cuenta el especialista Homero Alsina Thevenet:
Una gran mayoría alabó las secuencias más importantes, como la del globo terráqueo, que tenía gracia y sentido, o como la entrevista entre Hynkel y Napoleoni, donde este visitante es colocado por su anfitrión en una silla más baja que la propia, para humillarle de antemano. También fue muy mencionada la secuencia en que el barbero judío afeita a un cliente al compás de la Danza húngara de Brahms; ese episodio es ajeno a todo sentido político, pero es una pieza maestra de actuación cómica. Se formularon objeciones de todo orden. Las menores señalaban que el humor parecía muy elaborado y poco espontáneo en muchas escenas, como probable resultado de un guión construido con diálogos y escasa imaginación visual… El estreno en España –concluye este desaparecido historiador uruguayo– se produjo en 1976, o sea, treinta y seis años después de su filmación. En ese momento, una parte del público español ignoraba quién pudo haber sido Hitler”. (Alsina Thevenet, H.Chaplin. Todo sobre un mito. Barcelona: Bruguera, 1977, pp. 150-151).
No obstante, The Great Dictator poseía –y posee todavía hoy– una intención más amplia: la defensa de los derechos humanos, del hombre sencillo, cuyo símbolo fue siempre nuestro Charlot. ese antológico discurso final (6 minutos) es una manifiesta contra las dictaduras de todos los tiempos y una proclamación del Humanismo –incluso con un fondo cristiano (Chaplin nunca fue comunista)– que llega a emocionar al espectador. Pero sin renunciar a la historia de amor, no sólo colectiva sino individual, del relato (incorporado por la “chica” enamorada del barbero judío –disfrazado al final de Hitler–, Paulette Goddard, que encarna a la angelical Hannah).
Sobre este histórico discurso (véase el texto completo aquí), su propia autor manifestó en The New York Times, también en torno a las objeciones mayores que se le hacían acerca de este gran final:
Es la conclusión lógica de la historia. Para mí es el discurso que el pequeño barbero hubiera pronunciado, el que debía pronunciar. Hay quienes aseguran que se sale de su personaje. ¿Y qué? La película dura dos horas y tres minutos. Si durante dos horas y tres minutos es pura comedia, ¿no se disculpará que la finalice con una nota que refleja en forma honesta y realista el mundo en que vivimos, y no se disculpará un alegato a favor de un mundo mejor? Atención: está dirigido a los soldados, las verdaderas víctimas de una dictadura.
Era algo difícil –añadió–. Mucho más fácil habría sido que el barbero y Hannah desaparecieran por el horizonte, rumbo a la tierra prometida, contra el crepúsculo resplandeciente. Pero no hay tierra prometida para los oprimidos del mundo. No hay lugar en el horizonte al que puedan dirigirse en busca de asilo. Tienen que sufrir y nosotros tenemos que sufrir”. (Cfr. Villegas López, M. Charles Chaplin, el genio del cine. Barcelona: Alfaguara, 1966, p. 154).
Se trata, pues, de una de las grandes obras maestras del genial Chaplin (1889-1977), la cual, a su vez, en una película política e histórica imperecedera. Un film mítico y paradigmático; realmente modélico en su género: cómico y crítico, al mismo tiempo. Es más, las generaciones actuales se aproximarán a los totalitarismos de los años 30 gracias y a través de El gran dictador.




























No hay comentarios:

Publicar un comentario