Según cuenta una antigua leyenda escrita en sánscrito, en cierta ocasión los Deva, dioses superiores, se reunieron en el monte Meru sobre conversar sobre la necesidad de conseguir el preciado néctar de la inmortalidad, el Amrita, que se hallaba escondido en los más profundo del gran océano de leche. Sólo así, aseguraban, podrían vencer a los Asura, los demonios que les impedían alzarse con el control total del Universo.
Fue Visnnú quien propuso que Vasuki, la gran serpiente de la Sabiduría y rey de los Naga, semidioses considerados inferiores, fuera enrollada alrededor del monte Mandara, y éste colocado sobre el caparazón de la tortuga Kurma, para crear un poderoso instrumento que pudiera batir el gran océano lechoso hasta convertirlo en manteca.
Pero pronto se dieron cuenta de que no podrían hacerlo solos y de que para poder llevar a cabo su plan necesitaban la ayuda de sus enemigos. Así que, pactando con los demonios y a cambio de la mitad del Amrita, consiguieron su colaboración.
Así fue… Los Deva sujetaron a Vasuki por uno de sus extremos y los Asura por el otro. Y comenzaron a tirar de ella provocando con el movimiento ondas de espuma de leche. Mientras batían, surgieron verdaderas maravillas desde las profundidades, como el Sol y la Luna y la diosa Lakshmi con su elefante blanco. Finalmente apareció Dhanvantari, el médico de los dioses, portando consigo una copa de Amrita.
Pero los dioses incumplieron su promesa al no querer compartir el elixir con los demonios. Tampoco con la gran serpiente que, viendo que no probaría el valioso néctar, consiguió acercarse lo suficiente como para beber unas gotas. Vishnú, preso de la ira, partió a la serpiente en dos. Pero ya era inmortal, por lo que sus dos mitades sobrevivieron. Vasuki quedó convertida en Rahu, la cabeza, y Ketu, la cola.
Demonios y dioses lucharon por el Amrita encarnizadamente pero finalmente los dioses ganaron la guerra ya que eran inmortales. Quedó así Vishnú convertido en el guardián protector de la Amrita, el elixir de la inmortalidad.
El árbol maldito de Casandra, en Gran Canaria
Era Casandra una jovencita canaria adolescente de unos 15 años perdidamente enamorada de Iván, un chico de su misma edad. Todos conocían su idílica relación, aquella íntima amistad que los llevaba a compartir interminables momentos bajo un frondoso árbol. Pero no era tiempos buenos para relaciones adolescentes; la prudencia debía invitar a la calma; la calma a la astucia y la astucia a la paciencia para descubrir los momentos propicios para encuentros furtivos. Sin embargo, el primer amor siempre es descuidado, y los descuidos son buenos compañeros de las envidias ajenas, los prejuicios y las venganzas.
Nadie en su localidad veía la relación con buenos ojos. La tachaban de insana, de antinatural y pronto, su familia se vio señalada. Aturdido y no menos enojado, el padre de Casandra decidió acabar drásticamente con aquella situación pues tal deshonor familiar exigía la muerte del amado. Así, Iván abandonó este mundo a manos del padre de Casandra.
Desolada y al mismo tiempo resentida contra su padre, Casandra decidió vengarse de su padre pactando con el Diablo, pero una vez más el descuido la condenó. Sus deseos de venganza fueron descubiertos y ante, tal pacto con Lucifer, Casandra fue acusada de bruja y quemada bajo el mismo árbol que fue testigo del amor de ambos jóvenes.
Dicen los del lugar que aún hoy día, de cuando en cuando, se escuchan los gritos de una joven y que junto al árbol es posible escuchar cadenas arrastrándose sujetando el alma en pena de Casandra que aún vaga por aquel lugar.
Versión alternativa de la historia de Casandra y el árbol maldito
Hay no obstante una segunda versión de esta leyenda de Casandra que, si bien acaba con los mismos resultados, presenta unos hechos muy diferentes.
Dices estas otras lenguas que, fruto de aquella relación entre Casandra e Iván, nacieron dos mellizos. Pero quizás producto de una crisis emocional tras el parto o quizás de las propias inseguridades de la chica, Casandra comenzó a dudar del amor de Iván cuando ésta envejeciera y perdiera su belleza. Decidió entonces invocar al Diablo para pedirle belleza eterna, pero éste, sibilino como siempre, solo le concedió el deseo a cambio de la vida de sus dos mellizos.
Casandra no lo dudó un instante y marchó hacia el árbol testigo de su amor con los dos niños en brazos. Mas cuando se disponía a darles muerte apareció Iván. Enloquecido, el amante de Casandra y padre de aquellas dos criaturas se abalanzó sobre la chica, la ató al árbol y allí mismo la quemó. Los niños se salvaron pero el alma de Casandra quedó para siempre atado a aquel árbol, gritando eternamente por el dolor de sus quemaduras y, sobre todo, por la pena de haber intentado matar a sus propios hijos.
En aquel árbol, el árbol de Casandra que se levanta majestuoso en el centro de la isla de Gran Canaria, en la zona de la Presa de las Niñas, aún aparece a veces un corazón tallado en su corteza con los nombres de Casandra e Iván inscritos en él.
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